
Dentro de este gran espacio, hay diferentes espacios donde se crean las individualidades, aunque pasamos tiempo juntos, también procuramos habitar los espacios individuales que nos construyen. Personalmente amo mi tiempo libre disfruto mucho escuchar música, me encanta ir a trabajar con jazz, leer con Bjork y bañarme con Nina Simone. Escribo y trabajo con música es mi metaespacio.
Cuando comparto ducha con mi hija, entonces cambio la melodía, a “Mi muñeca me habló” de 31 minutos que se repite hasta el final de la ducha y ella entre palabras cortadas disfruta cantarla mientras se baña. La familia es pues ese gran espacio que alberga muchos otros espacios como los amigos, quienes nos visitan en casa habitualmente, algunos con hijos otros sin hijos. Nuestras reuniones espaciales de vez en cuando rompen nuestra cotidianidad para recibir amigos y escuchar música, beber, comer, hablar de un buen libro, opinar sobre lo que sucede actualmente, hablar de nuestros sueños o a veces, si se puede terminar en el bar o en una fuga solitaria al cine.
vos, encuentros ,reuniones, vida nocturna siempre
casados con las ideas de “izquierda” y “bohemias”.

La música ha sido un meta espacio, reflejado en la poesía y la danza. Después de terminar la universidad aprendí baile tradicional hindú y disfruto tanto de un concierto de sitar, como de escuchar canto tradicional. La música hindú me llevó a viajar durante largo tiempo, con el único objetivo de aprender danza y música y sentir mi ritmo.
En ese largo viaje encontré a la poesía como una amiga de la danza como la música de mis propias palabras y pensamientos, como la reflexión compartida sin lugar ni tiempo. Me dio compañeras de palabra, amigas, enemigas, para enseñarme que finalmente la poesía es más que un círculo cultural o relaciones de complicidad.
La poesía es tener algo que sentir tan en el fondo, tan adentro que sólo la belleza del lenguaje puede expresar ese éxtasis, agradecimiento, dolor, encuentro. En esos sentimientos tan básicos encontré que la música se hace lenguaje y que mi música era cercana a la de un niño o niña, ahí he encontrado tantos espacios, meta-espacios que me siento profundamente agradecida por ser quien soy y escribir para niños.
Pocos son mis espacios humanos de confianza, los que he construido tienen años a mi lado como los viejos amigos incambiables. Soy desconfiada, comparto cuando siento y veo congruencia, cuando comparto música y el acercamiento es no pretende sacar algo de mí: dinero, relaciones, trabajo. Cuando encuentro a alguien con quien hago ese clic de flujo de palabras, intereses, sentimientos, me vuelvo niña con una nueva amiga o amigo que entra a mi espacio a compartir sus juguetes.
Otra música en la que he aprendido a definirme con más tacto, es el silencio, porque ahí escucho a los pájaros, tesituras. El jardín que ha construido mi esposo, es el espacio que más me gusta habitar y a él cuidar. Ahí acompaño a mi hija en sus juegos, mientras a veces sólo observo en quien me he convertido.
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