viernes, 18 de septiembre de 2015

Ejercicio. Revertir un insulto "Egoísta"


En diferentes momentos de mi vida me han dicho egoísta, me han señalado  por no compartir, dar como los demás esperan que lo haga, por no ser como ellos esperan que sea y al final por no definirme dentro del contorno de un grupo social.

Y… ¿por qué habría de hacerlo? ¿Por qué tendría que compartir información o dar mi trabajo  como ellos esperan? ¿Por qué habría de hacer determinadas cosas para tener su amistad?  (a menos que el contexto sea laboral y así me lo requiera, lo hago con todo gusto). Todo producto de mi intelectualidad son frutos y soy responsable de toda semilla plantada en mi mundo social.

Si algo he aprendido con los años, es que los mejores amigos, quienes han estado en la buenas y en las peores, son los principales en aceptarme como soy, en respetar mis límites, en compartir con reciprocidad lo más importante: no juzgar.

Entonces, la vida vuelve a ponerme como hace diez años en situaciones similares, a las que respondí de forma abrupta sin comprender por qué lo hacía de esa manera. Ahora adulta, con más experiencia, logro internalizar y construir un razonamiento de mi comportamiento social desde la construcción interna de quién soy.

¿Por qué como boomerang me vuelvo a encontrar en la necesidad de hacer cosas para ser aceptada?

Esta pregunta me he hecho al volver a encontrar razones diferentes desde que habito Oaxaca.  Quizás porque dejé mi lugar de origen y llegue a una nueva comunidad que me pide determinadas cosas para pertenecer, que está acostumbrada al tequio, paros y hacerlo todo en “bola”.
Algunos de estos puntos comparto sobre todo cuando se trata del bien común, pero definitivamente no en todos los casos me parecen funcionales y que vayan de acuerdo a mis propósitos.

Recuerdo un largo viaje que hice por Asia en el camino encontré la libertad para decidir quien quería ser, me tomé la libertad de observar, participar o ser indiferente, de reflexionar, tomar y dejar, fusionar ideas y experiencias. Ya no importo  ser o pertenecer o tener que dar algo para quedar bien, aprendí a reconocer mis intereses y los de lo demás y comprendí que la amistad y empatía tiene un trasfondo más allá de sociabilidad. A veces hasta llegue a pensarlas como un regalo divino.


Las formas sociales sirven para mantener ese orden, esas relaciones de trabajo y sobrevivencia, sin embargo nadie está obligado a hacer algo por otro (triste realidad). Esta es la pura verdad, todo acto de generosidad es volitivo y yo estoy cansada de hacer lo que otros quieren para ser aceptada como una obligación, sobretodo cuando en el fondo yo sé que no me interesa ser aceptada por alguien (lo más curioso). Ni a ellos les importa mi persona.


¿Qué sí me importa? Sí, valoro el reconocimiento y acercamiento de alguien, como una forma genuina de querer compartir, he aprendido a respetar los espacios vitales de las personas, compartir cada vez que hay posibilidades, pero a la fuerza pues ni los calzones entran, decía mi abuela y si te los pones seguro te van a incomodar todo el día, por eso, mejor no.

Así que en este reversión insultiva que estoy haciendo a través de este escrito reflexivo, (incluso  puedo pensar que este insulto, me ha cerrado puertas). Por fin, me siento libre y puedo dejar de cargar el estigma “egoísta” porque tengo la libertad de elegir con quien comparto mi generosidad, mi historia, trabajo y fortaleza.  Esto me abre la posibilidad de encontrar mi nicho amistoso en Oaxaca, porque no soy oaxaqueña y no lo seré, eso me queda claro todos los días.



La provincia mexicana en todas su presentaciones me parece difícil socialmente, con daños que poco a poco se van curando en nuestro imaginario colectivo producto de tantos años de conquista española. Con esto quiero decir, que no tengo nada contra el pueblo Oaxaqueño, en su versión más romántica y generosa existe la Guelaguetza; sin embargo me opongo a perpetuar formas sociales de sumisión, de matriarcado o patriarcado o sea de puro ejercicio de poder, de irreflexión y sobretodo de fomentar relaciones con personas que no se esfuerzan en su trabajo cotidiano para construirse día a día.

No todo es un tequio constante, no todo es un paro de labores o cerrar o bloquear una calle, no todo se hace en comunidad y tampoco se vale mantener a parásitos que no quieren esforzarse, estas virtudes del pueblo oaxaqueño en su máximo esplendor se vuelven su peor defecto social y su mayor obstáculo a vencer todos los días, ellos mismos son su propio enemigo (aclaro con el paréntesis más largo, que cerrará este escrito, no todo oaxaqueño es de esta forma de ser, existen personas brillantes y disciplinadas, amorosas y entregadas que se atreven a salir de su propio margen provincial).



domingo, 13 de septiembre de 2015

Ejercicio socioantropológico “Tres palabras que me definen: familia, música, espacios”

Ejercicio socioantropológico “Tres palabras que me definen: familia, música, espacios”


El eje fundamental de mi vida durante diferentes etapas ha sido la familia de origen. Ésta es la que me ha definido quien soy y de dónde vengo. Es mi clan, me apoya en todo momento, ama y afirma mis decisiones aunque no precisamente esté de acuerdo conmigo en todo lo que elijo. Actualmente mi segunda familia, la que he elegido formalmente, por así decirlo, se ha vuelto mi sustento y cariño cotidiano, mi esfera donde descanso y me siento tranquila antes de volver a salir al camino en la calle. 



Dentro de este gran espacio, hay diferentes espacios donde se crean las individualidades, aunque pasamos tiempo juntos, también procuramos habitar los espacios individuales que nos construyen. Personalmente amo mi tiempo libre disfruto mucho escuchar música, me encanta ir a trabajar con jazz, leer con Bjork y bañarme con Nina Simone. Escribo y trabajo con música es mi metaespacio.

Cuando comparto ducha con mi hija, entonces cambio la melodía, a “Mi muñeca me habló” de 31 minutos que se repite hasta el final de la ducha y ella entre palabras cortadas disfruta cantarla mientras se baña. La familia es pues ese gran espacio que alberga muchos otros espacios como los amigos, quienes nos visitan en casa habitualmente, algunos con hijos otros sin hijos. Nuestras reuniones espaciales de vez en cuando rompen nuestra cotidianidad para recibir amigos y escuchar música, beber, comer, hablar de un buen libro, opinar sobre lo que sucede actualmente, hablar de nuestros sueños o a veces, si se puede terminar en el bar o en una fuga solitaria al cine. 


 Los viajes son espacios esenciales durante el año, para ver a la familia, los amigos lejanos, los primos, alguna construcción como la torre latino que me gusta habitar para observar desde lo alto a la ciudad, espacios llenos de vida pasada conocida como recuerdos, voces y rostros. Viajes también para reencontrar aire nuevo, espacios para admirar y recordar. Viajes para conquistar nuevos espacios, claro, siempre con una larga lista de reproducción para el camino, un meta-espacio portátil como un buen libro. Así que cuando pienso en algún recuerdo, una música de fondo me define y las personas que me rodean me definen dentro un contorno musical colectivo. Por ejemplo, en la universidad fueron Los Cadillacs, Silvio Rodríguez, Los de abajo conciertos masi-
vos, encuentros ,reuniones, vida nocturna siempre 
casados con las ideas de “izquierda” y “bohemias”. 


 La música ha sido un meta espacio, reflejado en la poesía y la danza. Después de terminar la universidad aprendí baile tradicional hindú y disfruto tanto de un concierto de sitar, como de escuchar canto tradicional. La música hindú me llevó a viajar durante largo tiempo, con el único objetivo de aprender danza y música y sentir mi ritmo. En ese largo viaje encontré a la poesía como una amiga de la danza como la música de mis propias palabras y pensamientos, como la reflexión compartida sin lugar ni tiempo. Me dio compañeras de palabra, amigas, enemigas, para enseñarme que finalmente la poesía es más que un círculo cultural o relaciones de complicidad. 

 La poesía es tener algo que sentir tan en el fondo, tan adentro que sólo la belleza del lenguaje puede expresar ese éxtasis, agradecimiento, dolor, encuentro. En esos sentimientos tan básicos encontré que la música se hace lenguaje y que mi música era cercana a la de un niño o niña, ahí he encontrado tantos espacios, meta-espacios que me siento profundamente agradecida por ser quien soy y escribir para niños. 


Pocos son mis espacios humanos de confianza, los que he construido tienen años a mi lado como los viejos amigos incambiables. Soy desconfiada, comparto cuando siento y veo congruencia, cuando comparto música y el acercamiento es no pretende sacar algo de mí: dinero, relaciones, trabajo. Cuando encuentro a alguien con quien hago ese clic de flujo de palabras, intereses, sentimientos, me vuelvo niña con una nueva amiga o amigo que entra a mi espacio a compartir sus juguetes. 



Otra música en la que he aprendido a definirme con más tacto, es el silencio, porque ahí escucho a los pájaros, tesituras. El jardín que ha construido mi esposo, es el espacio que más me gusta habitar y a él cuidar. Ahí acompaño a mi hija en sus juegos, mientras a veces sólo observo en quien me he convertido.