jueves, 7 de diciembre de 2017

Brasil, Museo del migrante.



Alguna vez pensé en ser migrante, mi abuela fue migrante, de alguna forma mis padres fueron producto de la migración. En aquellos tiempos iba y venía de diferentes lugares, con visa, pasaporte, nombre, nacionalidad, aunque ajena a esas tierras, no era extraña. Así comprendí que la situación migrante, la establece el Estado con sus limitantes, la establece la sociedad con sus posibilidades de entendimiento. 

Los migrantes son personas a pie, valientes, muy enteras por enfrentar en el camino todo en contra, el Estado, la economía, la lejanía, la extrañeza por lo conocido. Algunos se pierden fisicamente porque no pueden soportar el viaje, se drogan, se rinden, se mueren de hambre, se pierden o los pierden o los matan o las tratan como blancas, es que los migrantes, son entes que sólo tienen a su favor, ser  y su fuerza, sus manos y sobre todo sus pies. No hay nada más que los sostenga. 

Los migrantes son aquellos que pierden parte de su historia, no son los mismos, y hace un gran esfuerzo por mantener su identidad al irse, y saberse quienes son y no perderse de sí mismos. La migración sucede en ese estado social, político y económico, pero sobre todo sucede desde ese estado emocional, donde las cosas se manifiestan con tanta claridad, en el interior de las personas donde pocas veces sabemos descifrar y expresar al exterior. 

Ser migrante no es un chiste, no es un problema, es un estado de caminante, de alguien que busca, que sabe, que conoce sus limitantes, que se reconoce diferente, que se sabe desprotegido, es un estado de completa vulnerabilidad, no sólo social, sino del alma, de quien no debe perder el camino y debe como sea, lograr su misión y encontrarse con quienes pueden ayudarlo. 

Es un estado en completo encuentro con el camino... fuera de la Política, aún viviendo dentro de ésta, fuera de las leyes, aún rompiéndolas. Aplaudo a los valientes migrantes y los motivos personales que los hacen caminar. 

Haydee Ramos

viernes, 15 de septiembre de 2017

METRO LA RAZA

Metro la raza

Haydee Ramos Cadena 

En la adolescencia transité
entre los pasillos de la ciencia
con llanto en los pechos,
y un dolor de la periferia al centro.

Me volví roja entre las piernas
con los pezones a punto de reventar
y las axilas húmedas,
quise besarme con cada novio bajo la bóveda celeste,
creí en los labios de los 16, de los 17, de los 20
que sostuvieron mi mano,
a los 27 el amor es una trasgresión del egoísmo
que sólo sabe reciclar experiencias.

El amor es el único cántico norteño
que aprendí con humildad
en el barrio de los que nunca tuvieron pretensiones,
y que irremediablemente saben
que el tiempo pasa para nunca ser otra vez el mismo segundo
como ley de gravedad de todos los humanos.

Hoy regreso a la ciudad con una mochila al hombro
con todas las historias de la mujer que soy y no temo,
en el pasaje de la ciencia
busco mi constelación como niña de cinco
que guarda cada uno de mis genes fotográficos.